
4 julio, 2019
Hannes Meyer contra el déficit de modernidad
La auténtica Modernidad del mejor Meyer significa la síntesis de verdad, bondad y belleza proclamada por Platón, Vitrubio, Sto. Tomás o Joyce. Desde el siglo XIX es evidente que la auténtica Modernidad significa también, y en primer lugar, la ausencia simultánea de cualquier residuo lóbrego y lúgubre propio de los Clasicismos y los Romanticismos.
En el siglo XIX bajo el predominio de la zafia síntesis clásico-romántica, la escasa Modernidad naciente era ferozmente combatida por la triple colusión burguesa entre la Academia, el Sable y la Sotana. Por entonces la Ópera belcantista era un género cultural reverenciado y respetado social y oficialmente. Solo Tolstoi calificó como espectáculo bárbaro y grosero al kitsch suntuoso del género operístico. El realismo de Tolstoi estaba a la vanguardia de la minúscula Modernidad decimonónica. Así, su obra destruía también la abominable y romántica amalgama wagneriana, que dominaba en las formas urbanas Modernistas o de falsa Modernidad.
La primera Escuela Bauhaus, dirigida por Gropius, había conseguido extirpar los restos de Clasicismo, pero no había conseguido el mismo resultado con los restos del Romanticismo. Estos restos eran virus especialmente resistentes en Alemania, la patria del trémulo idealismo romántico más irracional. Schopenhauer, Nietzsche, Spengler, Heidegger, Jaspers, Klages, Junger, etc., habían hecho bien su infeccioso trabajo de inoculación ideológica.
Un lema de la primera Bauhaus nos indica la vigencia de aquella epidemia: “Ellas a los telares, ellos a los talleres”. También por ello, desde su primer año como director, Meyer denunció el esteticismo fraudulento y teatral de la escuela. Denunció también su genialoide individualismo artístico y artesanal. Para combatir la infección instaló en el centro curricular a la Arquitectura, que dejaría de ser un Arte de Composición para convertirse en industria colectiva y en Construcción Funcional.
La Escuela Bauhaus tuvo que luchar para sobrevivir en aquel medio protofascista, que terminaría derribando la naciente Democracia Moderna en Europa. El sabio Meyer sabía que frente el fascismo no se debe discutir, solo se debe combatir. Contra la sinrazón alemana del momento, respondió con las exigencias intelectuales, estéticas y éticas del modo más objetivo y coherente: destruir el fascismo creciente. Y para ello la Abstracción, tantas veces apolítica y arbitraria, no era suficiente.
La historia estaba demostrando que para luchar contra el fascismo nazi solo existía una fuerza política capaz de salvar por sí misma las necesidades históricas de Verdad, Justicia y Belleza: el Comunismo. Meyer fue consecuente con ello. Por eso fue delatado ante las autoridades por sus colegas profesores más “apolíticos”: los artistas abstractos. El modernizador pedagógico de la Bauhaus, acusado de “politizar la docencia”, no pudo completar su noble misión. Tuvo que renunciar a ella en 1930, tras menos de tres años de docencia.
El Materialismo Constructivista, que el marxista Meyer encarnaba, fue, y es aún hoy, sinónimo de calidad y excelencia en la Vanguardia Mundial de la Modernidad Arquitectónica. Sin embargo esa poética tampoco pudo sobrevivir en la U.R.S.S. más allá del año 1933, precisamente cuando se produjo el cierre nazi de la Bauhaus.
Aquí, otro artículo de ARKRIT sobre Hannes Meyer.