28 febrero, 2019
Valdrada global
En la vigésima parada de su recorrido mnemónico a través de los territorios invisibles de Oriente, Marco Polo describe al Gran Kan el contorno de Valdrada, ciudad construida a orillas de un lago que recibe y dibuja punto por punto cada una de las formas, gestos y acciones que se suceden en la misma. Incapaces de esconderse de su propia imagen reflejada, los habitantes de Valdrada no pueden evitar ser conscientes en todo momento de lo que sucede en el espejo, de manera que sus movimientos y decisiones abandonan cualquier atisbo de azar o de olvido y quedan necesariamente marcadas por lo que Italo Calvino define poéticamente como “la especial dignidad de las imágenes”.
Para el observador externo, la relación entre la ciudad y su reflejo resulta natural y extraña al mismo tiempo. A primera vista, las dos Valdradas mantienen su pertenencia a realidades diferentes y, mientras una se sitúa en la esfera tridimensional del espacio construido, la otra, reflejada, se dibuja en una superficie plana. Sin embargo, la asimilación de lo que sucede en el espejo por parte de los habitantes de la ciudad confunde la posición de ambas realidades: ya no es posible discernir si son los edificios los que generan el reflejo o si, por el contrario, es la imagen reflejada la que produce la realidad construida. Así, a pesar de que la línea de tierra parece mantener intacta su condición fronteriza, una mirada más profunda apunta a una inmersión de la ciudad en su doble reflejado.
La inmersión, o la pérdida de la distancia aparente descrita por los viajeros imaginarios de Calvino, es precisamente uno de los conceptos fundamentales que Jean Baudrillard asoció hace casi tres décadas con la sociedad de la información. Para este pensador, la universalización de internet y la interactividad estructural de los medios digitales han dado como resultado un acercamiento cada vez mayor del ser humano a sus representaciones en los medios de comunicación, hasta el punto de que la distinción entre ambas realidades no es ya discernible. Transformados en una verdadera prótesis que acompaña todas nuestras actividades, los medios digitales actúan hoy como un espejo omnipresente que, tal y como sucede en Valdrada, moldea nuestra manera de pensar y de comportarnos y, por lo tanto, la manera en que producimos la realidad cotidiana. ¿Le sucede lo mismo a la arquitectura?
Puede que sí. La arquitectura es de hecho una disciplina creativa marcada decisivamente por una compleja relación entre los edificios y sus representaciones. Al igual que en Valdrada, esta relación se hace discernible a partir del trazo que separa la tercera de la segunda dimensión; al fin y al cabo, somos todavía capaces de diferenciar un edificio de su diseño en plano o de su reproducción en una fotografía. Lo interesante de nuestra disciplina, no obstante, es que el arquitecto ejerce como mediador entre ambas realidades, de manera que el proyecto arquitectónico, objeto primero de su trabajo, es ante todo un producto virtual pensado para trascender los límites del espacio de la representación y convertirse en materia construida. El sentido de esta trayectoria, además, va siempre de lo virtual a lo construido, de forma que la concepción de cualquier edificio está necesariamente vinculada a las características, condicionantes y convenciones del espacio imaginario donde se genera el proyecto. Para la arquitectura, paradójicamente, la inmersión descrita por Baudrillard es una condición de partida.
Es por ello que cualquier modificación en la estructura del espacio informacional que acoge la generación del proyecto arquitectónico tiene necesariamente consecuencias en la configuración de la realidad construida, ya que es este espacio en el que los edificios se convierten en el reflejo de nuevos procesos de proyecto. Desde este punto de vista, la irrupción de internet y la consiguiente explosión de la difusión web de arquitectura en las últimas dos décadas se presenta hoy como un objeto de estudio necesario para poder llegar a entender muchas de las características de la producción arquitectónica contemporánea, ya que, entre muchas otras cosas, los medios digitales han transformado radicalmente la manera en que se comunica, se accede, y por lo tanto se usa, la información disciplinar.
En este sentido, cabría señalar que la inmaterialidad, ubicuidad e instantaneidad de los medios digitales –páginas web, blogs o redes sociales- ha ido acompañada entre otras consecuencias de un aumento exponencial del peso específico de las reproducciones fotográficas en la comunicación de los proyectos, de la condensación de diversos momentos históricos en el mismo marco discursivo y, sobre todo, de una expansiva necesidad de contenido que ha dado lugar a un aumento sin precedentes del número de proyectos publicados y accesibles en la actualidad. Estas transformaciones han acabado por recalibrar el campo semántico tradicionalmente asociado a la calidad de los proyectos comunicados y, tal y como explica Joan Fontcuberta, profusión, inmediatez y conectividad han sustituido a singularidad, materialidad y permanencia como las propiedades esenciales de cualquier obra publicada en la red, algo que propone nuevos protocolos a la relación entre los edificios y sus representaciones en la actualidad y que propulsa aquellas creaciones capaces de reverberar a la frecuencia marcada por estos nuevos territorios de la comunicación.
Lo fascinante de estos territorios es que su configuración penetra hoy todos los rincones de la producción arquitectónica, desde la oficina profesional al aula universitaria, de manera que su presencia se hace inseparable de la práctica contemporánea. Expuestos inevitablemente a un maremágnum de proyectos que se reconstruye cada día a nivel planetario, los arquitectos de la Valdrada global no podemos sino adaptar nuestros pensamientos y movimientos de ratón a un reflejo que, cada vez más, devuelve a la realidad construida las acciones y modos de operar que mejor se adaptan a su superficie bidimensional y estetizada.
Fig.01 – Imagen del autor