24 noviembre, 2016
Orgullo de marca: dos museos del automóvil en Stuttgart
Desde que en 1886 Karl Friedrich Benz diese a conocer su primer modelo de combustión interna, y lo mostrase en la Exposición de máquinas y operadoras de Munich (1888), el automóvil fue, desde muy pronto, objeto de culto y deseo. Posiblemente, ningún otro invento ha ejercido un atractivo tan intenso, mantenido durante tanto tiempo. Deportividad, libertad, elegancia y glamur eran, entre otras, cualidades deseables para una sociedad atraída por el progreso y la modernidad, cualidades que estos nuevos artefactos móviles eran capaces de encarnar como ningún otro. Así, los fabricantes se percataron de que el diseño del automóvil ejercía un enorme poder de seducción y, consecuentemente, de captación de admiradores y potenciales clientes.
La consecuencia inmediata de la atracción que suscitaba el automóvil fue que pronto se convirtió en objeto de exposición. En todo el mundo, las industrias automovilísticas de las potencias industriales han tenido la necesidad de mostrar sus avances y sus nuevos modelos. Primero fueron las exposiciones internacionales y las ferias de muestras, después los distintos salones del automóvil y más recientemente, las exposiciones o museos monográficos dedicados a una sola marca. Hoy, las empresas automovilísticas, algunas con más de cien años de historia, muestran con orgullo la evolución de sus productos y la trascendencia que estos han tenido para la vida de las personas.
Para Alemania, la industria de la automoción es el principal motor de su economía y en total, representa cerca del 20% de la producción mundial. El mantenimiento de esta privilegiada posición es vital dentro de un mercado sumamente competitivo y en el que la irrupción de las marcas asiáticas amenaza cambiar drásticamente el statu quo. No resulta extraño, en este contexto, que algunas de las más prestigiosas marcas alemanas estén realizando un esfuerzo para ofrecer, también a través de la arquitectura, una imagen de modernidad y poderío.
En 2007 se inauguró el Museo Mercedes Benz obra de UN Studio, firma holandesa dirigida por Ben van Berkel y Caroline Bos1. y, dos años después, en 2009, la marca Porsche inauguró su museo firmado por el estudio alemán Delugan Meissl Associated Architects2. La proximidad geográfica y temporal de estos dos edificios dedicados a un mismo uso, hace que sea casi inevitable la comparación.
Izq. Vista exterior del Museo Porsche. Dcha. Vista exterior del Museo Mercedes Benz.
Resulta evidente que ambos edificios se inscriben en una línea de arquitectura espectacular, que busca la admiración y la sorpresa mediante el alarde en sus distintas vertientes: formal, tecnológico o económico. Es también evidente que los requerimientos generales de ambos encargos eran similares y que ambas empresas demandaban una arquitectura epatante que constituyese, en sí misma, un atractivo y, al mismo tiempo, pusiese imagen a la capacidad de innovación y a la solvencia técnica y económica de ambas marcas.
En alguna publicación informativa se dice que en la construcción del museo Porsche de Sttutgart se ha empleado una cantidad de acero equiparable al que se utilizó en la torre Eiffel. Aunque el museo y la torre son dos obras difícilmente comparables, de ser cierto este dato, cabe preguntarse algo acerca de la eficacia y rentabilidad del record. La torre Eiffel, con una altura de 345 metros, resulta visible a decenas de kilómetros, 360º a la redonda y constituye una referencia permanente para la comarca y la ciudad de Paris, hasta el punto de convertirse en su principal seña de identidad. Por el contrario, el museo Porsche, a pesar de su vocación de espectacularidad, se eleva tan solo 45m. sobre una difícil parcela de una zona industrial de Sttutgart que, por su situación, resulta visible solo cuando uno se encuentra a muy corta distancia. La parcela, como se ha dicho, es difícil. Su estrecha forma triangular, excesivamente aguda, está definida por el encuentro de dos vías de circulación rodada a las que se suma el ferrocarril. La situación, por lo tanto, es bastante desafortunada y no es especialmente propicia para el “lucimiento” ni la espectacularidad. Así, resulta difícil apreciar en su totalidad el descomunal volumen flotante que alberga los espacios expositivos.
Izq. Planta de acceso Museo Porsche. Dcha. Planta de acceso Museo Mercedes Benz.
El edificio está dividido en dos volúmenes. En el volumen inferior, semienterrado, se sitúa el vestíbulo principal, los servicios generales y el taller. En el superior, sustentado por tres grandes pilares, se ubican, como se ha dicho, los espacios de exposición. Este volumen elevado asume todo el protagonismo expresivo mediante una quebrada geometría informe, que confiere al edificio un efectista carácter escultórico. La principal virtud de este cuerpo elevado es definir un acceso bajo un sofito inclinado revestido de chapas pulidas de efecto espejo, lo que ayuda a paliar el problema de la escasa iluminación natural de los espacios que quedan bajo la gran masa.
Interiormente, el edificio presenta también algunos problemas. En el vestíbulo, la gran escalera mecánica que conduce al volumen que alberga la exposición, se sitúa en sentido opuesto al natural recorrido de acceso. Este hecho provoca dos situaciones anómalas: por un lado, lo que el visitante ve en primer término es el plano inclinado que define la parte inferior de la escalera y, por otro, peor aún, los percheros del guardarropa que, para aprovechar el hueco, se ha dispuesto en este espacio, en una decisión que, desde luego, no está a la altura del glamur que se pretende.
Izq. Sección Museo Porsche. Dcha. Sección Museo Mercedes Benz.
En cuanto a los espacios de exposición, dada la buscada espectacularidad exterior, cabía esperar algo más. Sin duda, hay ámbitos que tienen interés, pero en general, los techos son algo bajos y las visualizaciones diagonales y panópticas escasas, resultando unos espacios más convencionales de lo esperado.
Solo dos años antes y en la misma ciudad, se había construido el museo Mercedes Benz, situado en los terrenos industriales que la marca tiene en la zona noreste de la ciudad. El edificio ocupa una parcela más regular y más amplia y se concibe como una escultura de bulto redondo, como un objeto de diseño aislado del entorno. El museo se dispone ligeramente en alto, lo que le confiere un cierto carácter monumental dado que, además, lo despejado del entorno permite la visión lejana y la aproximación secuencial.
En este caso, la geometría dominante está constituida por un complejo sistema de curvas policéntricas enlazadas que establecen las pautas de los demás sistemas del edificio: recorridos, espacios, instalaciones,… Interiormente este sistema geométrico es explorado y explotado hasta el límite de modo que todo el interior es una magnífica y compleja combinación de espacios y visualizaciones cruzadas que permiten observar los automóviles expuestos desde diferentes puntos de vista, próximos y lejanos. La simbiosis entre contenido y continente está plenamente lograda.
Izq. Sala de exposiciones Museo Porsche. Dcha. Sala de exposiciones Museo Mercedes Benz.
En resumen, en ambos museos, Porsche y Mercedes-Benz, la idea de reclamo espectacular parece haber formado parte de las condiciones del encargo. Sin embargo, el resultado no es, a nuestro entender, asimilable. En el caso del museo Porsche, con una apariencia próxima al formalismo efectista de Zaha Hadid, la espectacularidad parece haber constituido un fin en sí mismo, lo que ha conllevado el sacrificio de algunos aspectos importantes del proyecto. Por el contrario, el museo de UN Studio con un diseño depurado y un formalismo de más difícil adscripción, la vocación de espectacularidad parece haberse puesto al servicio de las propias condiciones arquitectónicas de la obra, sin menoscabo de su lógica interna. Sin lugar a dudas, el museo Mercedes-Benz reúne todas las condiciones para ser calificado de arquitectura espectáculo: exuberancia formal, alarde estructural y derroche material. Sin embargo, sería injusto quedarse solo con ese calificativo descalificador en la medida en que, al mismo tiempo, constituye una rica aportación espacial producto de una lógica y una coherencia intrínsecamente arquitectónicas.