
7 julio, 2016
AUTONOMÍA.
Finalizados con éxito estos días de CRITIC/ALL me fijé expresamente en el término últimamente reincidente de la autonomía de la arquitectura, palabra que utilizamos abundantemente pero con contenidos muy heterogéneos, llenando de nuevo también a las simples palabras de opinión, de doxa que, como nos recuerda una y otra vez nuestro querido Antonio (Dr. Antonio Miranda Regojo, catedrático emérito) no son dignas de respeto: “el criterio se convierte en episteme o ciencia crítica por ser capaz de distinguir, al menos, la excelencia de la indecencia en cualquier obra”. Necesitamos este criterio esta episteme en cada palabra, en cada oración, para no confundirnos.
No soy filósofo ni lingüista y no podré llegar ni de lejos a destripar a fondo una sola palabra, un condensado de neurología, músculos y sonido de cientos de miles de años, pero tengo criterio, un criterio autónomo y no impuesto, pluridisciplinar y plurisensorial, complejo pero mío; autónomo, repito, y que me permite la coincidencia o la desviación con otros criterios y la negación permanente con la heterotomía que me quiere ser impuesta.
La autonomía de la arquitectura nada tiene que ver con las divisiones científicas o prácticas del conocimiento, con que el arquitecto sepa medicina, trabaje solo, enchufado a un ordenador o levante sin título oficial una obra de buena arquitectura. La heterotomía de la arquitectura radica en lo que hoy se impone a la arquitectura para que esta sea, y se impone ajena a ella. Se impone desde lo extraño, desde las doxas amansadas que a conservadores rebaños se han impuesto; lo políticamente correcto, lo que se espera de ella, de genialidad, de idea, de creación de genio, su capacidad mediática, su intencionalidad expresiva y todo ello alentado desde la más tierna infancia desde nuestras escuelas de Arquitectura. Todo esto que contribuye a su forma previa que, cada vez más, le resulta impuesta. Esta forma previa en lo arquitectónico contemporáneo, que se inspira en la papiroflexia o en un poema del Tao, supone la heteronomía, lo contrario a la autonomía de la arquitectura, pues esta implica que debe ser solo desde su propia ciencia como la arquitectura puede ser valorada, distinguida entre la sólida y racional relación de sus propios polinomios y no premeditada, dirigida e impuesta desde opinión artística, mediática o popular alguna.