8 diciembre, 2016
Trumpismo
Co-op Interieur. Hannes Meyer, 1926.
La fotografía del montaje de Hannes Meyer representa una habitación. No una habitación cualquiera sino la idea de una habitación; la idea de un espacio por habitar. Es un espacio construido y blanco; una habitación neutra que aunque se encuentre amueblada, es un espacio por terminar. La mesa y silla plegables, junto con la ligereza de la cama, ayudan a transmitir la idea de que los elementos móviles ofrecen un sinfín de alternativas para la configuración del espacio. Elementos, todos ellos representativos de la producción en masa, asequibles para el pueblo y destinados a optimizar el espacio; construcción de una sencillez aplastante que espera al habitante para ser completada.
El espacio no se llena por los elementos que aparecen sino porque Meyer deja el espacio abierto a las múltiples configuraciones imaginadas por el lector. Cada observador se puede imaginar en ese espacio de múltiples maneras: durmiendo, escuchando el gramófono, conversando con otra persona sentados en las sillas, comiendo en la mesa, haciendo ejercicio o simplemente viendo a través de la ventana que no sale en la fotografía pero que sabemos que está ahí porque es fuente de luz. El lugar no importa, las vistas tampoco; podría ser cualquier coordenada del mundo, a cualquier altura. Es, en definitiva, una arquitectura democrática que representa el espacio doméstico moderno, panhumano y atemporal. Un espacio intercultural sin ningún lujo y, por lo tanto, al alcance de todos; un espacio privado para el individuo en cooperación con las masas.
Esta fotografía de Meyer acompaña a su artículo ‘Die Neue Welt’ (El nuevo mundo’), publicado en el número 7 de Das Werk en julio de 19261. Noventa años más tarde esa idea de habitación, construida con tan sólo dos paneles móviles, sigue siendo absolutamente moderna y de una contemporaneidad indiscutible.
Exactamente noventa años más tarde, Donald Trump gana, democráticamente, las elecciones para presidente de los Estados Unidos de América y su concepto de habitación es distinto. Es una habitación única, con nombres y apellidos, que se sitúa a 40°45’43.9″Norte, 73°58’26.9″Oeste, planta 66 en la ciudad de Nueva York. La habitación desprende aires de egocentrismo Real bañado en oro. Todo está perfectamente situado y colocado para realizar rutinas diarias y nada más. Es la composición de un espacio inflexible con un mobiliario relamido y sobrecargado que resultaría imposible de mover para modificar la configuración del espacio. Un espacio pesado aun estando en lo más alto; un espacio en el fondo vacío y anti-contemporáneo. Nada de lo que aparece en la fotografía podría llegar a definir a un hombre moderno del siglo XXI, y mucho menos al presidente de un país democrático; la delgadez y liviandad del ordenador portátil, dada la oportunidad, cometerían suicidio de inmediato.
Sala de trabajo. Vivienda de Donald y Melania Trump en Nueva York.
Es el horror vacui de un espacio fuera del alcance de las masas, una habitación totalitaria llena de un lujo obsceno que únicamente representa a aquel que se puede permitir económicamente el trabajo de un artesano. Produce rechazo no porque sea feo, kitsch u hortera sino porque es antidemocrático: es un espacio privado compuesto a medida del propietario que representa la calidad cultural y cantidad de civilización que posee. Efectivamente, no se trata de una cuestión de gusto; del gusto hay mucho escrito y este propietario no parece haber leído nada al respecto. Es una cuestión de relleno estético para un vacío ideológico. Es el espacio perfecto para confundir al observador, deslumbrar con el oro relamido de la última voluta y anular su capacidad crítica e imaginativa con el único objetivo de camuflar las obscenidades políticas de los fantasmas del nacionalismo norteamericano más casposo, al más puro estilo Rey Sol.
Efectivamente es un espacio kitsch y hortera así como el resto de espacios del apartamento. Y no, no se emite este juicio desde la subjetividad de una opinión sobre el gusto. Se emite desde la delgada línea donde el arquitecto distingue entre la modernidad y lo historicista, entre la razón y el romanticismo, entre lo bueno y lo malo. Hemingway decía que había que tener un detector de mierda. Por supuesto, todos tenemos este detector aunque algunos lo tienen más sucio que otros.
Nuestro detector ve un saloncito decorado estilo imperio; esto no es otra cosa que la antesala del infierno.