22 octubre, 2018
NORMATIVA , EL NUEVO TRATADO ARQUTECTÓNICO: Vitrubio, Alberti, Paladio, y el Plan General
Si la normativa urbanística fue, algún día, un método efectivo de control de nuestros excesos, hace tiempo que se convirtió en un exceso en sí misma.
Corresponsable de algunos de los fenómenos urbanos más cercanos a lo delictivo experimentados en nuestro país, parece necesario comenzar a asumir que es ella, y no tanto nuestra propia voluntad, la auténtica ideóloga subyacente en la mayor parte de las propuestas arquitectónicas contemporáneas.
En este sentido parece posible asegurar que este marco regulatorio, que olvidó hace tiempo su objetivo de ser un método de control racional y de ordenación de nuestros impulsos más estridentes, se ha convertido en el contexto actual en un lenguaje en sí mismo y en una manera de hacer las cosas con vida propia que, inevitablemente, ha logrado desplazar a una gran parte de nuestro ideario arquitectónico y urbanístico a posiciones estrictamente teóricas o académicas.
Cabría pensar optimistamente que la normativa es sin embargo un simple entendimiento inculto de la ciudad, o bien, la incapacidad de aquellos que la diseñan y diseñaron. Lejos de eso, la ciudad normativa es, en su aparente neutralidad, un proyecto absolutamente ideológico. A través de procesos de progresiva des-densificación de tejidos urbanos, de la aplicación de geometrías urbanas gobernadas por el tan castizo concepto de la rotonda, o de la sectorización excesiva de los usos de la ciudad, la ciudad normativa es en su esencia sierva de un sistema económico que demanda el uso constante del transporte privado o la sustitución del pequeño comercio por la gran superficie. La ciudad, que mediante estos métodos de control se hace por tanto previsible, pasa a ser entendida como un organismo de control de comportamientos.
Terminemos cerrando un momento los ojos e imaginándonos alguna de las miles de imágenes que esta ciudad normativa nos proporciona. Comprobaremos que la idea que nos viene a la cabeza es la de una ciudad constantemente igual, constantemente idéntica. Su razón de ser, su estética, o esa colección de miradores de anchas carpinterías apilados unos encima de los otros no son producto de ninguna reflexión o de ninguna voluntad. Su razón de ser nace del conjunto de decisiones llevadas a cabo como respuesta de una normativa irracional, así como de la colección de artilugios que utilizamos para sacarle partido. Es en ese juego de excesiva identidad, de estética impuesta y de control programado donde la arquitectura y la ciudad pierden la oportunidad de mostrarse sensibles a todos aquellos estímulos que lograron, desde siempre, hacerla mejor y más culta: el lugar, la tradición, la reflexión sobre el programa, la belleza y al fin, la sociedad. Si, de alguna manera, no logramos controlar a los que nos controlan, habrá que asumir que cualquier Plan General tiene más importancia que la que Vitrubio tubo nunca.