21 abril, 2017
Milagros arquitectónicos
Aún en estos tiempos descreídos y zygmuntbaumanianos que corren, los milagros son posibles. Incluso en el mundo de la arquitectura. De hecho, acaba de ocurrir uno hace pocos días.
Resulta que, sin que se sepa cómo, ha desaparecido la famosa y admirada (por algunos del gremio; no me atrevería a generalizar) casa Guzmán, obra del conocido arquitecto del pasado siglo Alejandro de la Sota. En el lugar en que se hallaba, ha hecho su aparición un edificio de estilo inclasificable. En realidad, como se ve, doble portento: desaparición y aparición.
Parece ser que, recientemente, unos estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Alcalá de Henares, enviados por su profesor al lugar en que se hallaba esa casa para hacer un trabajo de curso, cual nuevos pastorcillos de Fátima se encontraron con el segundo de los referidos prodigios. Es lógico pensar que el primero de ellos tuvo que suceder antes del segundo, pero debió ser un visto y no visto y los pastorcillos no fueron testigos del mismo.
La prensa se ha hecho eco del asunto inmediatamente y, en tromba, un clamor de voces escandalizadas se ha sumado a ella, inundando también las redes sociales: todos son unánimes en reconocer que, hoy en día, es intolerable que se produzcan ese tipo de milagros.
El Colegio de Arquitectos de Madrid, El Ayuntamiento de Algete y la Fundación Alejandro de la Sota (cuentan desde ella que trataron de hablar con los herederos de Guzmán para ayudarles a encontrar un comprador que valorara el diseño de la casa y la mantuviera en su estado original, pero no lo lograron), claman por la necesidad de poner los medios para que estos fenómenos no se repitan. Aunque eso sí, matizando que a día de hoy, pena penita pena, son legales.
A mí, que soy un poco descreído para estas cosas milagreras, la verdad es que el asunto me mosquea. Me da por pensar, que es difícil que estos hechos hayan ocurrido espontáneamente (cual combustión de zarza ardiente) y que, con toda seguridad, su gestación ha tenido que durar varios meses. Y que en ese tiempo, los organismos ahora escandalizados estaban al tanto de lo que se cocía y en qué iba a terminar el guiso, y a pesar de ello han guardado un “prudente” silencio. Y que si no llega a ser por esos pastorcillos, seguiríamos chupándonos el dedo, sin saber nada de nada. ¡Qué cosas!