
14 abril, 2014
MASA Y AIRE. El museo de las Colecciones Reales de Madrid.
En las inmediaciones de la puerta de la Vega, en el bastión sur- oeste, bajo la mole de esta moderna iglesia tan antigua de la Almudena, ha brotado una nueva arquitectura. Sobre un sitio donde no había aire, sino masa, piedras, pódium, estilóbato de nuestra principal colina, sustento de alcázares de otras épocas, ha prendido como una higuera, con más empeño, sin utilizar el hueco entre las piedras, sino extrayendo la masa para obtener el aire.
Una colosal y valiosísima obra de ingeniería, ya enterrada para siempre, se ha provocado para usurpar la materia y crear viento en aquel cerro, espacio donde nunca hubo y así este nuevo y prodigioso hueco se revista con comodidad de edificio y se llene de gentes, armas y carruajes. Ingeniería para hacer sitio, que no puentes y artilugios.
La arquitectura no aparece sin esfuerzo, pero esfuerzo necesario y conveniente, no superfluo, incluso la ligera y efímera se monta y se desmonta con ciencia y con paciencia.
Este revestimiento de montaña, tiene una mirada corta, inmediata, desde la puerta de la Vega. En escorzo, bajando la cuesta del mismo nombre hasta la calle Segovia junto al parque de Atenas. Una vista media definitiva desde esta calle Segovia, cerca del puente y por fin una mirada lejana, de postal turística en el alto de Extremadura.
En la masa de nuestra arquitectura, todo empezó con una minucia, se manifestó en el espesor de nuestros cerramientos, incluso antes de la construcción con estructuras de pórtico, muros todavía de carga se convirtieron en lámina, arañando al límite los pesados muros de nuestra vieja arquitectura. Sus ornamentos y cornisas se convirtieron en aéreos yesos disfrazados de fatigadas calizas.
Enarbolando banderas victoriosas en favor de la nueva técnica, los nuevos materiales y la modernidad como panfleto redentor, promocionaron nuevas moradas, barrios inacabados de ensanche de medio pie y cuatro plantas. Lo rancio y terrible de nuestra postguerra hasta el desarrollismo de los sesenta, se nutrió de esta masa robada. Aquella época, no fue capaz de desperdiciar sitio alguno, sólido o de aire. Nuestro desarrollo que no la técnica ha conducido a la explotación de todo, hasta esquilmarlo. Algunos lo confundieron con progreso racional y moderno.
Pienso con cierta objetividad que esta redención que mengua lo material, ha contribuido con eficacia más que a liberarnos del pesado trabajo, a proporcionar en aquellos robados espesores, los correspondientes beneficios a sus promotores, así como contribuir a toda una producción de tecnología “chusca” de construcción antigua pero a destajo a la española, confundida entre la modernidad y lo mas cicatero de nuestra promoción edilicia.
Hoy ya sabemos que la demanda de confort, aislamiento acústico y térmico, exigen mayor espesor lineal en cm o energético en K.calorias necesarias, que la resistencia y la durabilidad como antiguas generadoras de espesor de nuestra vieja arquitectura.
Alejados de aquellos años, la aparente levedad actual de la arquitectura propuesta como bondad frente a la masa, la transparencia frente al paño, la masa y el aire en definitiva, son materia de otros discursos que empañan aquellas cicateras fuentes y que entendemos no pueden ser nunca objeto de una cruzada moral ni una consigna sobre la calidad de la arquitectura.
Empecé por un nuevo edificio, por el lugar, por el espacio usurpado a la masa, Fui del todo hasta la masa menuda robada de nuestros cerramientos. Escribo de nuevo sobre la masa robada a la montaña. Hablamos de aire ocupado, de masa usurpada.
Nuestra impresión cercana, en la puerta de la Vega es de una buena muralla de hormigón claro, con un gran hueco, prevaleciendo la sensación de materia. El hormigón en bruto con una textura de encofrado artesanal de tablas y algunas cornisas que dibujan sombras horizontales, nos rememoran las anteriores tapias agrietadas de ladrillo donde se encontraba una pequeña hornacina, que hacía mención a la antigua iglesia origen de la mítica leyenda de la virgen de la Almudena, patrona del Madrid cristiano, que ahora desplazada se enfatiza exageradamente con un gran arco triunfal de hormigón blanco. La impresión por tanto es de un buen arreglo de muros con un material mucho más eficaz como el hormigón. No hay nada negativo en ello. Todo lo contrario, nos recuerda la permanente tapia.
La sensación de permanencia en la ciudad, es una cualidad positiva, permanencia que nada tiene que ver con conservadurismo o tradición. Permanencia: durar en el tiempo. Un árbol frondoso significa que el tiempo ha transcurrido, y además, favorablemente, el sitio era bueno por tanto. Esto cualifica a la ciudad. La permanencia del espacio social, es una cualidad positiva más sustancial que cualquier apaño en aras del” buen gusto”.
La permanencia, tan difícil de manifestarse, desaparece rápidamente y en pocos años nuestro espacio social se distorsiona a favor de nuevas obras supuestamente necesarias.
Nuestro “Sky- Line” de Madrid desde el oeste resulta ya desde hace pocos años, un ir y venir de hitos- torre de una extensión irreconocible. La permanencia de esta porción de cornisa en torno al Palacio Real resulta en mi decisión crítica. Aguantó la transformación del viejo Alcázar a nuevo palacio a la italiana desde el XIII al XVIII, incluso la ampliación de Narciso Pascual y Colomer de 1850 y las obras inacabadas del Marqués de Cubas en 1911 en la cripta de la Almudena, que también resultaron sino aceptadas, si admitidas por aquel lugar.
Los Chapiteles de Chueca y Carlos Sidro de 1950 ya empezaron a resultar fuera de lugar, surgidos de un desconocido espacio-tiempo.
En el siglo XXI, la terminación definitiva de la obra de Chueca, tan alabada por ese regusto popular hacía la vieja arquitectura del cual yo también participo, resulta sin embargo conformar un desastre sin calidad, medida, orden y proporción de la gran arquitectura con que se disfraza. Nada de verdad.
Por antepenúltimo, (desconocemos lo siguiente) el edificio en cuestión, esta nueva creación tan necesaria, destruye el basamento, lo permanente en los diez siglos de crecimiento y transformación de la ciudad. De lejos esta nueva galería solo” pega bien” con la colección de templos tumba que tiene por vecino inmediato.
Aunque este nuevo edificio, paradójicamente parece devolver, transformado y convertido en una nueva masa de hormigón blanco, algo de su anterior materia al aire robado a la montaña, no resulta en cambio suficiente.
Es un edificio que se ve mucho desde un solo lado, es una verdadera fachada, aunque todavía no se repara demasiado en él, parece en estado de permanente obra, para muchos en bruto, inacabada, que seguro esperan se revista de granito almohadillado acorde con sus aristocráticos vecinos.
Continuamos el paseo descendiendo por la cuesta de la Vega, la fachada oeste, va apareciendo en escorzo, como un inmenso propileo de orden gigante y alternado en dos niveles, marcando profundas líneas de sombra verticales. De repente me asaltan aquellas imágenes del llamado racionalismo italiano de entre guerras, reacción al novecentismo metafísico- historicista, que como bomba de relojería ideológica, entre intelectuales surrealistas y pulcros arquitectos de bigote fino, hicieron el descubrimiento de la arquitectura que utilizaría la Italia del primer Mussolini.
No hay paralelismo ideológico alguno, entre este nuevo edificio y aquellos otros, lo común se revela en lo monumental, en su forma, en su idea, antes y ahora.
No fue posible que la arquitectura moderna entonces, encontrase otro repertorio que la columnata con todas sus variantes para lo monumental siempre asociado a la permanencia del estado del régimen fascista de Mussolini, pero ahora, ya conocemos bien que esto no ha sido posible y su recuerdo resulta grotesco, hasta obsceno.
Aquí en el edificio de la Vega, la iconología utilizada, se remonta unos setenta años a aquellos periodos, a una arquitectura confundida y dirigida a lo monumental, con algún camuflaje de ciertos repertorios de lo contemporáneo, (desfase de ejes verticales, horizontalidades). Pero ciertamente no hay arquitectura contemporánea que valorar, flexibilidad, eficiencia, ligereza, comunicación, accesibilidad.
Su apuesta formal, una fachada-zócalo en aquel lugar, ciertamente difícil y comprometida sin duda, ha debido utilizar el fondo de armario, el repertorio de arquitecturas ensayadas y así otra ocasión perdida para aportar cierta racionalidad, cierta calidad de arquitectura, cierta cantidad de verdad y si llega el caso renunciar a construir nada.
La idea de monumento ha desaparecido del pensamiento moderno, como el enterramiento en pirámides, conmemorar la muerte de un estadista con un arco de triunfo, o dejarse limpiar los zapatos por un limpiabotas en las terrazas de la puerta del Sol.
Hoy no pueden realizarse “monumentos a la permanencia” de régimen alguno, de repertorio a juego con edificio alguno, y cuando obstinadamente se promueven, la arquitectura contemporánea, alejada de estas historias, confunde lo monumental con la forma y el tamaño y produce lo absurdo, una máscara irreconocible como el olvidado monumento a la constitución o el de las víctimas de Atocha. El recuerdo, la memoria se expresan hoy con simpatía, (sentimientos compartidos) como podemos reconocer en el monumento a la quema de libros en 1933 en la Bebelplatz de Berlín, (Micha Ullman 1994) tan solo necesitó un metro cuadrado para ponernos firmes.
Esta producción de arquitectura no es venial para la ciudad, su crítica es necesaria, no importa aquí su uso, su oportunidad, su programa, sus arquitectos, sus mecenas, su gestión ni su polémico concurso, esto es tarea oportuna de historiadores, sociólogos y analistas políticos, yo me refiero solo a la arquitectura y su lugar, como importantes en la crítica. En realidad, lo interesante es la crítica común de la arquitectura de la ciudad que se realiza siempre desde la calle, porque es propia de todos, de cualquier viandante, la arquitectura se ocupa de la habitación del hombre, y habitamos también y siempre la calle, aunque hoy con demasiadas restricciones.
No he analizado el programa, ni he recorrido el edificio terminado, no existe todavía inauguración a la vista, solo volumen, luz, sombras, masa y aire. Parece algo heterodoxo para una crítica sobre arquitectura, pero toda la información como la propaganda se encuentra hoy en la red, es muy fácil acceder a ella, nos sobra en este caso.
Confiamos plenamente en sus autores, estamos seguros de que todo estará perfectamente solucionado, resplandeciente y casi perfecto.
Mi crítica entiende este edificio como monumental, absurdo y antiguo y prefiere el aire y la masa como cualidad de este lugar donde lo superfluo ha demostrado ser en esta ocasión tanta arquitectura. La montaña y la cornisa de Madrid no entienden esa necesidad extrema de otro monumento, de un nuevo personaje, sus perfiles y su recuerdo se desdibujan.
Madrid abril de 2011.
Con horror observo cómo su materia absoluta, el hormigón, es revestido por enormes piezas de granito. Alicatado dignamente para enterrar definitivamente lo fundamental y sustantivo de esta construcción, notable ingeniería al servicio de lo innecesario y lo superfluo.
Revisado en marzo de 2014.