14 enero, 2016
MAS ES MENOS o MISERIAS DE LA ONFALOSCOPIA . Las tribulaciones de la tribu.
El nacionalismo de la clase dirigente y de los ricos beneficia a la clase dirigente y a los ricos. El nacionalismo de las clases subalternas y pobres beneficia también a la clase dirigente y a los ricos. El nacionalismo no mejora porque aparezca entre la gente humilde, más bien se vuelve totalmente absurdo. (B.Brecht, el libro de los cambios)
El gran poeta Valente habla de Jesús de Nazaret como Destructor de templos. En efecto, además de sus referencias catastróficas al Templo de Jerusalén, cuando nos dice como dirigirnos a Dios Padre no nos invita a entrar en ninguna iglesia. Por el contrario nos dice que oremos en la penumbra de nuestro cuarto: la oración como acto privado, moderno. El Altísimo no reside en templos levantados por la mano humana (Hechos-7). El poder local de Nazaret intenta asesinar al mismo Jesús –véase Lucas 4(16-30)- por su gran crimen: es antinacionalista y cosmopolita.
Rastrear en la historia de la Iglesia y de la Ilustración el rechazo revolucionario a la religiosidad exterior es una tarea inacabable. Por citar a otro gran poeta recordemos que San Juan de la Cruz hubo de padecer prisión por enfrentarse al paganismo vaticano y trentino, barroco y antimoderno de la faramalla desfiladora, trompetera y religiosa en las calles etc. La grosería exhibicionista viene a ser una maldición de todo espectáculo cultural.
Si buscamos los estrechos vínculos olvidados (inconscientes o ideológicos) entre nacionalismo y Modernismo obtendremos más de lo que pensamos. El nacionalismo encubre la deshonestidad y la corrupción, para disimular y ocultar sus vergüenzas mayores. Así, Cataluña es una de las regiones con mayor desigualdad entre ricos y pobres, y con mayor pobreza infantil de toda Europa.
El notable arquitecto O. Bohigas en sus mejores momentos nos recuerda el origen modernista nacido: desde unas posiciones, claro, de ácrata pequeño-burgués, de intelectual nietzcheano, aristocratizante, individualista e irracionalista. En efecto, allí no existe vector civilizatorio o panhumano alguno. Por el contrario allí solo se trata de la cultureta nacional, aldeana, tardorromántica. Todo ello con el mismo lastre decimonónico y colonialista que en Italia y su Liberty, en Francia y su Art Nouveau, en Alemania y su Jugendstil, en Austria y su Secession etc. Allí no hay vuelo alguno de Modernidad, socializante, industrial, sino por el contrario exclusión e incluso odio. Quizá por ello el nacionalismo es el más bajo, fácil e inelegante de los instintos humanos. Nacionalismo es el dyabolus: el genio maléfico que separa y segrega por medio de symbolus patrioticos. En relación a O. Bohigas, ¿Se puede escribir un libro, interesante por cierto, de 400 páginas, sobre el Arquitectura Modernista sin emplear a fondo el término kitsch? Porque cuando hablamos de kitsch nos referimos -con H. Broch. A. Moles. R. Musil, E. Bloch, etc.- a esa categoría antiestética que acumula en si misma lo diabólico, el horror: el operador artístico que anula simultáneamente ética, estética y epistémica; esto es: que trabaja contra toda justicia, toda belleza y toda verdad: otra dimensión del nacionalismo burgués: perdida en aura revolucionaria y liberal anterior a 1848, ya solo queda la pura reacción
Ahora se nos dice que el Templo Modernista, neorococó, wagneriano y antimoderno de La Sagrada Familia en Barcelona va a ser completado… multiplicando su escala, su volumen, su arrogancia, su peso y su mal gusto confitero. Pastiche sobre pastiche en una verdadera orgía de anacronismo. El monumentalismo más provincianamente palurdo va a malograr los escasos hallazgos arquitectónicos que Gaudí pudo instalar en este ya gigantesco neogótico pueblerino que tanto gusta a los cruceristas orientales. La falsedad de la obra está por todos lados: véase por ejemplo el tratamiento de la piedra como si fuese arcilla o incluso arena de la playa. Modernismo y “color local”. Lo peor no reside en meter la pata sino en atornillarla
¿Qué izquierda puede ser esa (ERC) que en lugar de presentarse como internacionalista, civilizatoria, ilustrada y progresista aparece como “cosa nostra y de aquí”, comarcal, cultural y retro, y se reclama nacionalista? ¿qué tipo de engendro ideológico es el que sustituye la lucha de clases por las lucha de lindes?. Un grotesco bluf de falsa izquierda digna de universal carcajada. Una antropología de pandereta que utiliza su etnocentrismo indígena para detener a la Humanidad, a la Civilización en los límites de la tribu falsa, fácil y sentimental. Cualquier valencia valiosa deberá librarse del Romanticismo, porque sentimentalizar es pudrir.
Cuando Goebbels, el ministro de Hitler, atacaba la producción poética internacional, cubista y constructivista de la Modernidad la calificaba de “arte degenerado”. Hablamos de la falta de higiene mental propia del fascismo. Todos los nacionalismos han defendido siempre para sí, un arte retro, modernista, cultural, artesanal, vernáculo, kitsch, rancio, barroco, “espectacular”, deslumbrante, gestual, efectista: como repitiera el propio Goebbels: “El arte de III Reich es aquel que gusta a las gentes sencillas” un arte que hoy sabemos es retórica baja, antimoderna: antivanguardia plebeya y mal gusto. Para que no se note en exceso semejante bluf los peores artistas usan de dos armas –como dos hojas de tijera- el efectismo y el parentirso en el histérico y desesperado intento de “gustar y emocionar a todos”. La “originalidad”, algo muy valorado entre los cronistas municipales, es también una seña nacionalista o provinciana (Etmlg.: de los vencidos)
Por eso repetimos que el Modernismo –preferentemente catalán aunque también infecta lugares de Santander, Sevilla, Madrid, etc.- no es cosa constructivista o poética, sino compositiva o artística. El Modernismo es el tipo de arquitectura falsa que deslumbra pero no ilumina. Por el contrario más bien ciega y obnubila a quienes lo toman en serio. El Modernismo es hijuela del Barroco: pero podemos distinguir entre dos tipos de Barroco: el frío Barroco Moderno y científico (Ej: Velázquez en las Meninas) y el Barroco de Trento. Debemos asegurar que la verdadera Modernidad es negación del estilo. Porque hoy todo estilo es pueblerino: estiliza y amanera la producción localista. Jujol representa la parte más lamentable y ridícula del Modernismo. En la obra kitsch de Jujol el nacionalismo encuentra su más insana dimensión: un retrobarroco de casino militar. El ditirambo, el elogio almibarado hacia el Modernismo (sujeto) coincide con el Modernismo (objeto) sentimental, pequeño burgués y halagador.
También algunos intelectuales han valorado y alabado el Modernismo pero se trata de académicos academicistas movidos por algún patriotismo. No debe extrañarnos, son intelectuales orgánicos, funcionales al sistema de dominio que –olvidado su antiguo progresismo- han terminado en el grupo de aquellos que definimos como Becarios de la Reina y que Jesús de Nazaret (Luc 6-26) definía como exitosos y -por ello- falsos profetas. El necesario y fatal encuentro o coincidencia entre Modernismo, Nacionalismo y Kitsch se manifiesta también con todo esplendor en el Palau de la Música en Barcelona, obra de Domenech i Montaner.
Cap Negre. Josep Maria Jujol, 1915-1930. & Palau de la Musica Catalana. Lluís Domènech i Montaner, 1905-1908.
Cualquier nacionalismo es, sobre todo, lo palurdo con ropajes pomposos, patrióticos. Puede verse en el marchamo “Barcelona, la primera ciudad wagneriana del mundo, etc.” La estupidez nacionalista no tiene límites; pronto tendremos una nueva raíz nacional: la sardana wagneriana. Así pues, no es extraño para nadie que la carcundia de la histérica pequeña burguesía de Barcelona sea a la vez tan Modernista, tan wagneriana y tan retrograda y antimoderna. Le seducen las leyendas épicas. No debe extrañar: el éxito de Wagner es glorioso entre las más culonas burguesías del Planeta. Eso demuestra que -frente a lo que el papanatismo mesetario piensa- el nivel de Ilustración Catalana es precisamente muy escaso. Entre la ópera italiana y la wagneriana allí se elige lo infame a costa de lo menos malo. Para darse cuenta de la baja calidad de la música de Wagner, (tan sobrevalorada e inflada por el nacionalismo alemán), basta con escuchar la Obertura de la Maestros Cantores y sus insufribles fanfarrias. Las formas del Mal son las que hoy se corresponden con los ataques a la fraternidad panhumana o moderna, con el manierismo modernista o el modernismo manierista, la misma cosa a fin de cuentas: con la tóxica repostería artística y plasticista: venenosa antimodernidad castrense y wagneriana.
¡Qué firmes quijadas, qué envidiables mandíbulas, podremos lucir si practicamos a diario –aunque sea en el gimnasio- el rebuzno nacionalista! Debemos estar de acuerdo con el poeta Schiller: Necesitamos con urgencia, líderes políticos que posean una formación estética, al menos básica.
Quizá cuando Samuel Johnson escribió que el nacionalismo es el último refugio del canalla, se le olvido añadir que también solía ser refugio del débil mental.