8 junio, 2017
LOS PERROS Y LA CIUDAD II: El Poder
El fascista es un pequeño burgués con miedo
(B. Brecht)
En el pasado la mascota perruna en la ciudad fue cosa antihigiénica pero distinguida, plutocrática, monárquica. Hoy la pequeña burguesía arribista, aristocratizante, iletrada y retrograda quiere también distinguirse, con lo que los amos proliferan y se vulgarizan de manera imparable. Estamos sufriendo una verdadera plaga de perros ladradores en la ciudad. La pequeña burguesía española –siempre temiendo regresar a su proletariado original- en su vulgaridad, se ha lanzado al exhibicionismo de “poder” con la mascota excretora que antes era señal privativa de nuestra ignorante clase dirigente.
Esa pequeña burguesía, incapaz de cualquier estética racional, poética o civilizatoria, tiene por el contrario su más alta superestructura en el mundo artístico y cultural. Se adorna con un perro ladrador porque piensa que su mascota le proporciona mayor estatus o capital estético, social, financiero, intelectual… porque no ha leído a Pierre Bordieu. Dicen que la compañía perruna aumenta el “capital afectivo”, quizá higiénico para algunos enfermos.
Por otro lado, no son pocos los casos de enfermos de autoritarismo que canalizan su agresividad maltratando a su perro. El ladrido de perro es a la vez sujeto y objeto de Poder, de dominio duplicado: el complemento perfecto del macho propietario, criminal y cazador.
El símbolo es la literalidad de los iletrados. El perro en la ciudad es a la vez Indicio, Icono y Símbolo del mal: la negación de cualquier ética, estética o epistémica. El lucir perro llega a ser moda invasiva que simboliza “propiedad y estatus” para emular, por ejemplo, a la Reina Isabel de Inglaterra, la cual también acaricia un repulsivo caniche. La arrogancia y guapeza del que saca a su perro de paseo para que orine sobre la acera de todos es un gesto grave de incívica prepotencia.
Cada día hay más perros defecando, ladrando y orinando en las calles y en las casas, con los inconvenientes que acarrea para la higiene, para el derecho al descanso, el derecho a tener actividades que requieren silencio, el derecho al trabajo sin sobresaltos, en resumen, el derecho a vivir sin sufrir violencia acústica. No basta con recoger –de vez en cuando- los excrementos; también hay que respetar el descanso y el trabajo de tantos y tantos vecinos.
La normativa más rudimentaria y estúpida sobre ladridos de perro establece horarios de ladrido. Por ejemplo: “solo se podrá descansar de noche”. Pero si el ladrido nos enloquece y embrutece durante el día, la normativa municipal no tiene nada que decir. Por eso el ciudadano consciente debe denunciar. Los ayuntamientos ejemplares de Zaragoza o Córdoba han conseguido acabar con la plaga a base de cierta disciplina sobre los “propietarios” por antonomasia.
En resumen:
1- En muchos casos, tener a los perros encerrados en un piso de la ciudad es una cobarde crueldad.
2- Por justicia natural, el ladrido del perro embrutece antes que a nadie a sus dueños, sin que ellos sean conscientes.
3- Los ladridos multiplican su mal efecto cuando se abren las ventanas. También en los patios de vecindad, donde el ruido crece con los rebotes del sonido. Allí, el fragor canino puede llegar a los 80 Db.
4- El ladrido del perro rompe el silencio necesario, despierta al que duerme y desconcentra a la persona en su trabajo físico, intelectual y espiritual.
5- La resignación ante los ladridos de perro es un acto de incivismo o inhibición ante lo público: algo muy propio de clásico idiotees.
6- El nivel de educación de un perro nos permite conocer el nivel de educación del amo.
La clase que durante siglos se ha encargado de embrutecer a la población siempre tuvo perros para proteger su propiedad y combatir su miedo de clase. Hoy esa misma clase, en lugar de ciudadanos civilizados, prefiere “empleados” con perro, pequeñoburgueses agradecidos, iletrados e incívicos, cuya cultura –de Tuna, Ópera y Zarzuela- destruya sin tregua la Civilización Común.
Léanse en S. Kracahuer las tendencias electorales y políticas de esos “empleados”, mitad propietarios, mitad proletarios. Los siempre agresivos y autoritarios ladridos de perro son ofensiva defensa y protección de la Propiedad, grande o pequeña (como el fascismo). Por eso son ruidos que proporcionan a patios y calles de la ciudad el sonido propio del inconsciente fascista de la pequeña burguesía.
Nota de los editores: En este texto su autor da continuación al publicado en este mismo blog el 05 de enero de este mismo año: Los perros y la ciudad I: El ruido