11 junio, 2015
FIASCO EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH. Expo de Artes Decorativas. París 1925
Una de las misiones principales de la teoría burguesa del arte reside en producir ideología de combate al servicio del Poder: la ocultación sistemática de la injusticia. Combate en la secreta lucha de clases donde los más pierden siempre, y los menos –mafias de las finanzas y el arsenal- siempre ganan (J. Ibañez).
Señalemos entonces la ofuscación que ha generado un embrollo maligno e inelegante en la exposición madrileña de la primavera 2015. En ella -cuyo 99 % son objetos Modernistas y Déco- ha sido entremetido un 1 % de piezas modernas y, por ello, contradictorias, excluyentes e incompatibles con el resto Déco al que se quiere hacer pasar como parte de la Modernidad.
Bochornosa confusión: el “gusto”, los “interiores” el “viaje”… todo se presenta en la exposición como un conjunto de formas modernas. En el folleto de mano puede leerse que el Art Déco fue “una reacción conservadora contra el Art Nouveau.” Tal error garrafal oculta que -aunque en efecto se trata de un estilo reaccionario- el Déco fue, más bien, una revitalización, una prolongación, una continuación del Modernismo en sus diversas formas: Jugend, Liberty, Art Nouveau, Secession, etc. El Déco fue y sigue siendo un ardid para corromper las vanguardias revolucionarias y modernas en las que dice “inspirarse”.
El Art Déco constituye un fenómeno artístico de mixtificación modernista, es decir, antimoderna. Su pretexto neorromántico y wagneriano fue el de “modernizar” la tradición clásica. De ese modo los artistas Déco ofician desde 1900 -hasta hoy- las mismas ceremonias de disimulo y confusión que todos los becarios de la reina: esos mil teóricos y filósofos de la burguesía: Nietzsche, Bergson, Heidegger, Ortega, Trías, etc… Unos y otros consagran la reacción conservadora de modo recurrente hasta hoy mismo: devastando la razón común con sentimientos, pasiones, culturas y “emociones populares.” Déco es sólo un batallón más de un inmenso ejército que bajo mil formas ideológicas combate desde hace más de un siglo la Razón Común Universal (Jesús, Kant, Engels, Tolstoi…) con formas mediocres gustosas y postmodernas, esto es, con gangas antimodernas.
En la calle Castelló, se embarulla y oscurece la historia de la Civilización -universal, moderna y panhumana-, amasándola y confundiéndola con las Culturas –municipales y espesas- limitadas en tiempo y espacio a los intereses de algún cacique. Se trata pues de una maraña que tergiversa y que conduce necesariamente al éxito entre un publico injusto e inculto en una zona que abunda en nouveaux riches.
¿Cómo se revolverán en sus tumbas los más insignes cubistas revolucionarios Gris, Picasso, Lipchitz entremetidos en un ambiente tipo Lladró. ¿Cómo se sentirá Prouvé utilizado vilmente para justificar a sus enemigos? ¿Cómo los cuatro soportarán la calumnia de encabezar una moda fácil, banal y venal que despreciaban? ¿Cómo se sentirán Gray y Perriand implicadas en un retro modernismo antimoderno que sin duda hubieran deseado incendiar?
El Déco, fuente de hermosura superficial, sucedaneo comercial y kitsch -en las antípodas de la belleza auténtica, difícil, poética y estructural- se nos presenta como un vanguardista y progresista conjunto de obras de la modernidad. Pero, por el contrario, es solo una moda más dentro del modernismo neorromántico, burgués y antimoderno.
En efecto, la exposición intenta que olvidemos la verdad histórica: en París (1941-1944) el Modernismo Déco -y su seudo modernidad- fue un glamuroso, abyecto y obsequioso colaboracionista de los ocupantes nazis. Mientras, allí mismo, la Modernidad (ese “arte degenerado” que decía Hitler) empleaba sus talleres en reparar metralletas para la Resistencia.
En el folleto de mano se reconoce que desde el mismo año 1925 los resistentes modernos denunciaron el montaje Déco como “gesto futil” y como oportunidad perdida para la auténtica modernidad. También allí se nos recuerda cómo el pabellón de la modernidad L´Esprit Nouveau fue presentado en la exposición como algo hostil y parasitario ante aquel medio artístico y modernista cuyo formalismo –formas de formas- era pura cosmética amanerada.
Izq: Pabellón L’Espirit Nouveau, Le Corbusier. Dcha: Pabellón du Bon Marché, L.-H. Boileau.
Exposición internacional de artes decorativas de París, 1925.
La abstracción geométrica de pura evasión, por sí misma, no es suficiente para construir verdadera modernidad. En el Déco, la inyección con virus muertos de la ya milenaria abstracción geométrica suplanta la construcción poética propia de la modernidad. Esta superchería se realiza por medio de la composición artística en una atractiva y publicitaria estilización, idónea para el frasco de perfume arzobispal en la joyería o en el bazar.
El Déco en su mayoría fue un estilo para maison de tolerance, edulcorado y maquillado capaz de ocultar la construcción de la mercancía bajo los pulimentos exquisitos e impecables de la perfección lujosa, suntuosa. Porque cuando el refinamiento oculta la construcción, oculta también el trabajo y se convierte con ello en ideología: escamotea la realidad de clase. Así se multiplica la plusvalía alienante del fetiche mercancía. Al llevar cierta calidad de diseño fino a las clases subalternas, la burguesía industrial emborrona la historia presentando una imagen paternal y un relato confusionista entre víctimas y verdugos.
Lejos de la objetividad moderna del Espacio-Tiempo, la moda Déco es proteica: frívola, híbrida, decadente, efímera, artesana etc. Bajo una almibarada y “bellissima fusión entre lo exótico y lo moderno” se esconde el patriotismo genocida de los ornamentos. Así, las paganas e incultas burguesías de la metrópoli encubren e ignoran las lucrativas masacres coloniales de ultramar. De semejante dolor y sufrimiento panhumano se hace eco K. Marx cuando escribe aquello de: ¡Ay si las mercancías pudieran hablar!
Parece evidente que estamos ante una farsa cínica y deliberada para desvanecer las razones de clase ante los ojos ob-cecados de las clases ganadoras y de las perdedoras (trabajadores, mujeres, niños). Porque el modernismo del Déco -al revés que la modernidad vanguardista- gusta a todos, también a las gentes sencillas (Goebbels): su plástica de placer -fácil, dulce y “mágica”- como la falsa moneda de Greshan, suele desplazar a la auténtica belleza de la verdad estructural.
Como gente que ignora o desprecia las hijuelas artísticas del romanticismo pequeño-burgués, hubiéramos preferido que tan mendaz exposición no hubiera sucedido jamás.
Exposición en la Fundación Juan March; Madrid. ‘El gusto moderno. Art déco en París, 1910-1935‘. 26 MAR 2015 – 28 JUN 2015