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Sobre ARKRIT

El Grupo de Investigación ARKRIT se dedica al desarrollo de la crítica arquitectónica entendida como fundamento metodológico del proyecto. El ejercicio crítico constituye el principal gestor de la acción proyectual hasta el punto de que puede llegar a identificarse crítica con proyecto.
Si se considera que el objeto de la crítica no es el juicio de valor sino el estudio de las condiciones propias de cada obra, en relación a otras obras de arquitectura, en relación a otros campos del conocimiento y en relación a otras posibles teorías alternativas, podemos obtener de ella una imagen final flexible y abierta que permita tanto su comprensión veraz como la apertura a nuevos caminos en el curso de la arquitectura.
El Grupo de Investigación ARKRIT se constituyó en 2008 bajo la dirección del catedrático de Proyectos Arquitectónicos D. Antonio Miranda Regojo-Borges y, además de proyectos de investigación, entre las actividades del grupo se encuentra la dirección de tesis doctorales, así como una participación activa en el máster de Proyectos Arquitectónicos Avanzados (MPAA) desde el Laboratorio y el Taller de Crítica y coordinando numerosos Trabajos Fin de Máster.

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ARKRIT - GRUPO DE INVESTIGACIÓN DE CRÍTICA ARQUITECTÓNICA

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Fernando Casqueiro

4 marzo, 2014

Etiquetado en Crítica, Crítica literaria, Crítica literaria de arquitectura, Crítica literaria de literatura, Fernando Casqueiro, Pensamiento crítico,

DE FUNCIÓN CRÍTICA. [1/2]

Fernando Casqueiro Barreiro

La crítica de La Crítica en la crítica.

La expresión “crítica moderna” es, posiblemente, redundante.

La Crítica, tal y como la reconocemos, nace en los siglos XVII y XVIII, al servicio de la naciente burguesía liberal como forma de oposición al Estado absolutista. Es, también, la seña de inicio de la Ilustración y de la “forma analítica del pensamiento”, marcas todas ellas de la modernidad. Vistas en estos términos “crítica” y  “modernidad” casi hablan de lo mismo.

Es posible que para ejercer hoy aquella función, o en realidad su función equivalente, la oposición al (o el control del) Estado burgués, quizá hubiera que modificar su nombre, sus contenidos, sus destinatarios, su forma, su soporte …

Quizá hoy, y de hoy en adelante, debiera mejor empezar a llamarse crítica contemporánea, ó crítica intersubjetiva, ó, aún mejor y como finalmente veremos, diálogo abierto en red1.

Durante los últimos 30 años han venido sucediéndose tantas advertencias acerca de una posiblemente definitiva crisis de La Crítica que más que prevenirla la empujan a su fosa.

Para hablar aquí de ella en sus propios términos y para evaluar su posibilidad nosotros tomaremos como disculpa una serie de artículos aparecidos en el diario El País.

Es cierto que mostramos cierta debilidad por la crítica literaria de la literatura, pero es que la literaria es la forma de crítica que tiene un campo epistémico más completo y cerrado. Más consistente y, por eso, más fácilmente criticable.

Sobre la Función Social de la Crítica2.

En una fecha que ya empieza a ser algo remota, 1984, el buen marxista de origen católico Terry Eagleton se preguntaba por la función de La Crítica en un texto cuyo interés resulta difícil exagerar The Function of Criticism traducido al español como La Función de la Crítica3.

Allí, y para fundar un relato veraz de aquel presente, el materialista Eagleton establece un diálogo con otro texto, este de T. S. Elliot, de 1933,  The Use of Poetry and the Use of Criticism4 traducido algo equívocamente al español como Función de la poesía y función de la crítica.

Generalizando algo groseramente puede decirse que la revisión que hace Elliot de los progresos de la crítica no está movida por su asociación con ninguna tendencia crítica moderna y menos que ninguna con la sociológica. Él la ve sólo como una operación autorreferida, autotélica. Interna. Reflexiona sobre la belleza, sobre la forma, sobre la métrica en el caso de la poesía, etc.

50 años después de Elliot, Eagleton establece con él, mejor dicho, con su texto, una fecunda antítesis desde una perspectiva, como es natural en su caso, materialista. Inquiere sobre la función de la crítica sin atender a otro plano que el social. Y para ello Eagleton apela a la noción acuñada unos pocos años antes por otro materialista, Jürgen Habermas5: la esfera pública.

Esta “esfera pública” es el conjunto de instituciones sociales propiciadoras de lo que habría de ser un intercambio libre e igualitario de discursos razonables.

Eagleton considera esta “esfera” como el espacio en el que las relaciones de mercado se transladan al plano del Discurso que, finalmente, sigue la evolución de aquel.

Y, aunque cabría también decir que ese camino funciona (o podría haber funcionado) en la otra dirección, en la de remitir al mercado los contenidos del Discurso, lo que fatalmente ocurre es que el mercado dicta sus normas que son, claro es, no muy filantrópicas.

En ese contexto, el de la coacción por parte del mercado, la función del crítico, al principio “guardián e instructor del gusto”, deriva, presionado por su propia inseguridad material, a la de publicista o a la de administrador de los “intereses académicos”, sean estos los que sean, y no todos santos, como conocemos bien los componentes de “la institución”.

La evolución de la crítica desde el siglo XIX al XX, es un dramático intento de conciliar esos dos extremos.

Para reubicarse, para liberarse de de la asfixia de luchar entre “universidad y mercado”, entre “academización y comercialización” La Crítica se redefine y, en los años 30 del siglo XX se inventan el movimiento Scrutinity. Bajo el liderazgo de F. R. Leavis6 se busca un espacio entre la especialización repelente y la generalización ineficaz que culmina en la Nueva Crítica norteamericana con la cumbre de Northrop Frye7 que en su Anatomía de la Crítica, de 1957, sanciona la necesidad de atender, simultáneamente, a los dos frentes.

En los años 60 el consenso humanista liberal, que está en el pacto fundacional de la institución crítica, se ve socavado por la agitación estudiantil. A partir de ahí la Universidad sufre una degeneración semejante a la que había acabado con la esfera pública clásica.

La Crítica sufre una crisis de legitimación que la condiciona hasta hacerse ya incapaz de acertar en sus juicios, pese a la radicalidad de sus argumentos y la sofisticación de sus recursos.

Eagleton llega a acusar a la “deconstrucción”, prueba máxima de esta sofisticación radical, de contribuir a la “teorización, interiorización y canonización” de esta crisis.

El texto de Eagleton pretende “devolver a la crítica su función tradicional, no de inventar una nueva” pero parece olvidar que las propias condiciones que hicieron posible su nacimiento sancionan la necesidad de su extinción. Tal parece que la crítica ya no fuera posible o que la crítica ya no sea posible en la forma y en el fondo de lo que hemos conocido.

Así, y si ya no podemos recusar al Estado absolutista, entre otras cosas de menor calado porque éste ya no existe como tal, ¿cómo podremos luchar contra su sucesor, el Estado burgués? y, sobre todo, ¿por qué hacerlo?

Finalmente, y a las puertas del siglo XXI, Eagleton sanciona el fracaso de todos los intentos de devolver a la crítica una función social sustantiva “La crítica moderna nació de una lucha contra el Estado absolutista; a menos que su futuro se defina ahora como una lucha contra el Estado burgués, pudiera no tener el más mínimo futuro”.

En todo caso, y aunque el título del texto de Eagleton habría debido mejor ser “La función social de la crítica literaria anglosajona sobre La Literatura en inglés en el siglo XX”, sí está claro que sus argumentos de fondo son extrapolables a otros ámbitos geográficos, temporales y temáticos y  que bien pueden ayudarnos a describir el actual estado de atonía en las críticas comercial y académica y, también, quizá, a sancionar la necesidad de su renacimiento.

 

El futuro de La Crítica.

Unos años después, en 1999 y para otear hacia lo que él pensaba entonces que podría ser el futuro de La Crítica, el filósofo vasco Daniel Innerarity8 no se centra en las diversas formas de crítica de objetos artísticos y/o técnicos sino en la crisis del “pensamiento crítico”, entendido éste como la forma propia de pensar las democracias digamos que representativas, liberales y avanzadas; europeas o no.

Eran malos tiempos, aquellos, para La Crítica porque se prohibía y reprimía, pero también, porque se había hecho mal, con escasa observación y demasiada seguridad.

El peor enemigo de La Crítica era la propia crítica mal realizada.

La crisis de La Crítica se debía, en primer lugar, a su presencia irrelevante y su generalización cultural. A su propia incompetencia. Pero también a que, a principios del siglo XXI corrían malos tiempos para toda forma de negatividad teórica o práctica. Eran los tiempos triunfantes del pensamiento único  y lo negativo había sido culturalmente despontenciado.

Se preguntaba Innerarity sobre ¿cómo sacar a la luz lo escondido? ¿cómo combatir la doble moral o la hipocresía? Y apelaba a la fórmula de Adorno para combatir a favor de la siempre esquiva objetividad y también para describir las resistencias sociales: Decir lo que no se puede decir. Lo que no se debe decir, lo mal hablado, lo inconveniente, lo incómodo.

La tarea de La Crítica no contingente, su tarea eterna, es la de desvelar la verdad escondida y la de revelar el valor.

Para ello habría de superar los titubeos dogmáticos en los que habría vivido todo el siglo XX. La Crítica del siglo XXI no será ni sólo extrovertida, ni sólo autorreferida. Ni sólo compromiso social (Eagleton) ni sólo el arte por el arte (Elliot). La solución será la doble negación de ambas, atenta a su lógica interna y a la búsqueda del sentido en la Verdad, fuera de ellas, en un más correcto devenir del mundo. La solución, difícil y escasa, es aquella forma de crítica que examina las premisas públicamente aceptadas a partir de las cuales se describen los problemas.

Ahí, al transcender lo local, es cuando el texto de Innerarity se eleva y acierta.

Lo que el filósofo vasco nos recuerda es que la raíz última del pensamiento crítico no había sido en su origen, ni lo era en los albores del siglo XXI, ni probablemente lo es hoy, responder a la pregunta de si ¿bien o mal? sino ¿por qué? Es decir, preguntarse por cómo y dónde se forman los criterios de valor. Responderse a la pregunta de qué preguntas son aceptables y cuáles otras no.

El crítico, en tanto que “intelectual”, ha de esforzarse hoy para reformular esas evidencias de modo que aparezcan, claras, en su problematicidad.

La “buena crítica” debería explicar, y quizá cuestionar, nuestra forma de vida social de un modo hasta hoy inadvertido o sin formular, y por eso tendrá, o podría tener, un cierto parecido a la “invención ética” con nuevos vocabularios que hagan visibles nuevos aspectos de la realidad.

  1. Ver Mijaíl Bajtin.
  2. Ignacio Echevarría, artículo de 14 de agosto de 1999 en El País, Sobre la Función Social de la Crítica.
  3. Terry Eagleton, (Salford, Lankashire, 1943).- La Función de la Crítica. Ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 1984.
  4. T. S. Elliot, (S. Louis, 1888, Londres 1965).- Poeta y ensayista anglo norteamericano. Premio Nobel en 1948, sólo unos años después del final de la 2ª Guerra Mundial. The Use of Poetry and the Use of Criticism (1933) traducido al español como Función de la poesía y función de la crítica en Tusquets, 1999.
  5. Jurgen Habermas (Düsseldorf, 1929).- Historia y Crítica de la Opinión Pública (1962. Gustavo Gili, 1981. La esfera pública (Öffentlichkeit, en el original alemán) estaría “configurada por aquellos espacios de espontaneidad social libres tanto de las interferencias estatales como de las regulaciones del mercado y de los poderosos medios de comunicación. En estos espacios de discusión y deliberación se hace uso público de la razón; de ahí surge la opinión pública en su fase informal, así como las organizaciones cívicas y, en general, todo aquello que desde fuera cuestiona, evalúa críticamente e influye en la política. En términos normativos, la publicidad puede entenderse como aquel espacio de encuentro entre sujetos libres e iguales que argumentan y razonan en un proceso discursivo abierto dirigido al mutuo entendimiento”.
  6. Frank Raymond Leavis (14 de julio de 1895 – 14 de abril de 1978) fue un influyente crítico literario británico. Su actividad profesional se desarrolló prácticamente por entero en el Downing College de la Universidad de Cambridge.
  7. Northrop Frye (Sherbrooke, Canadá, 1912- Toronto, Canadá, 1991), crítico canadiense y miembro señero de la conocida como Nueva Crítica norteamiercana. Autor de Anathomy of Criticism (1957) traducido como Anatomía de la Crítica en Monteávila en 1977. Media entre la crítica autorreferida y la social, entre la introyectiva y la proyectiva que él llama centrípeta y centrífuga, entre Elliot y Bajtin. La Crítica refleja esos movimientos que van de la función estética de la literatura a la función social. Mientras algunos críticos destacan un movimiento sobre otro, Frye cree que ambos son esenciales: “La crítica siempre tendrá dos aspectos, uno que gira hacia la estructura de la literatura y otro que trata los fenómenos culturales que forman el entorno social de la literatura”. Él estaría de acuerdo, al menos en parte, con la nueva crítica en su insistencia centrípeta del análisis de las estructuras. Pero para Frye ésta es sólo una parte de la historia: “Es cierto,” declara, “que el primer esfuerzo de la aprehensión crítica debería ser el de las formas estructurales de la obra de arte. Pero un acercamiento puramente formal tiene las mismas limitaciones en su crítica que el que tiene la biología”.
  8. Daniel Innerarity Grau (Bilbao 1959).- El futuro de La Crítica. Artículo en El País de 4 de enero de 2004.
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